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En el universo existen varias leyes que rigen todo cuanto existe, una de ellas es la dualidad o polaridad. Esta ley se manifiesta en todos los seres y acontecimientos, y ha sido explicada en varias culturas de diferentes maneras pero con el mismo fondo.

Está expresada como una de las leyes Universales del Kybalión, también es el principio del Ying y el Yang, el cual promulga que no hay algo que sea totalmente negro o totalmente blanco, siempre lo frío tiene algo de calor y el calor tiene algo de frío, en la salud hay enfermedad y en la enfermedad hay salud, y en un determinado momento se pueden revertir estas condiciones. Por ello al juzgar estamos viendo solamente una parte del todo, solamente un grado.

Este principio de dualidad lo podemos observar aún más claro en el comportamiento humano pues al mismo tiempo que tenemos inmensas y abundantes virtudes podemos tener infinidad de defectos, de nosotros depende qué lado vamos a escoger para seguir el camino de nuestra vida.

En la siguiente historia que aparece en el libro “La culpa es de la Vaca 2” se puede ver un ejemplo de este comportamiento, si la historia es verídica, no lo sabemos, pero de acuerdo a la ley de dualidad cabría en el mar de posibilidades.

LA ÚLTIMA CENA

La obra titulada La última cena, de Leonardo Da Vinci, fue pintada en un período de siete años. Las imágenes que representan a los doce apóstoles y a Jesús al parecer fueron retratos de personas reales. Cuando se supo que Da Vinci pintaría esta obra,  cientos de jóvenes se presentaron ante él para ser seleccionados. La persona que sería el modelo para ser Cristo fue la primera en ser seleccionada.

Da Vinci buscaba un rostro que reflejara una personalidad inocente, pacífica y que a  la vez fuera bien parecido. Buscaba un rostro libre de los duros rasgos que deja la vida intranquila del pecado. Finalmente, después de algunos intentos, seleccionó a un joven de 19 años de edad como modelo para representar la figura de Jesús.

Casi durante seis meses Leonardo trabajó para pintar al personaje principal de esta formidable obra. Durante los siguientes seis años continuó su obra buscando personas que representarían a doce apóstoles, dejando para el final a aquel que representaría a Judas.

Por muchas otras semanas estuvo Leonardo buscando a un hombre con una expresión fría y dura. Un rostro marcado por la decepción, la traición, la hipocresía y el crimen. Un rostro que identificara a una persona que sin duda traicionaría a su mejor amigo.

Después de muchos fallidos intentos en la búsqueda de este modelo, llegó a oídos de Da Vinci que existía un hombre con esas características en el calabozo de Roma. Este hombre estaba sentenciado a muerte por haber llevado una vida llena de robos y asesinatos. Leonardo vio ante él a un hombre cuyo maltratado cabello largo caía sobre su rostro escondiendo unos ojos llenos de rencor, odio y ruina: al fin había encontrado a quien modelaría a Judas en su obra.

Gracias a un permiso de sus carceleros, el prisionero fue trasladado a Milán al estudio del maestro. Por varios meses este hombre se sentó silenciosamente frente a Leonardo mientas el artista continuaba con la ardua tarea de plasmar en su obra al personaje que había traicionado a Jesús. Cuando le dio la última pincelada a su obra, se dirigió a los guardias del prisionero y les dijo que se lo llevaran.

Cuando salían del recinto, el prisionero se soltó de los guardias y corrió hacia Leonardo Da Vinci gritándole:

-¡Da Vinci! ¡Obsérvame! ¿No reconoces quién soy?

Leonardo Da Vinci lo estudió cuidadosamente y le respondió:

-Nunca te había visto en mi vida hasta aquella tarde en el calabozo de Roma.

El prisionero levantó los ojos al cielo, cayó de rodillas y gritó desesperadamente:

-Leonardo Da Vinci, ¡Mírame nuevamente: yo soy aquel joven cuyo rostro escogiste para representar a Cristo hace siete años…!

A veces podemos sentir que no encajamos en nuestro mundo, que no tenemos nada por aportar o compartir, pero si nos quitamos la venda de los ojos y los juicios aplastantes, podemos encontrar otros seres que viven caminos paralelos a los nuestros con los que podemos compartir y construir las más bellas creaciones basadas en el amor.

Me encanta ver animaciones y más aún cuando dejan mucho para pensar como la siguiente: En un mundo que juzga a la gente por su número, Cero se enfrenta a un prejuicio y una persecución constante. Él anda un camino en soledad, hasta que un encuentro , por casualidad, cambia su vida para siempre.

Él conoce a una mujer Cero. Juntos, demuestran que a través de la determinación, del coraje y del amor, nada puede ser realmente algo.

No dejes de ver este cortometraje de animación realizado con la técnica de StopMotion realizado por Christopher Kezelos, que nos deja una bella enseñanza.

Señor…
ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes
y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.

Si me das fortuna, no me quites la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no me quites la dignidad.

Ayúdame siempre a ver la otra cara de la medalla,
no me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.

Enséñame a querer a la gente como a mí mismo
y a no juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo,
ni en la desesperación si fracaso.

Más bien recuérdame que el fracaso
es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es un signo de grandeza
y que la venganza es una señal de bajeza.

Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso.
Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme
y si la gente me ofende, dame valor para perdonar.

¡Señor…si yo me olvidó de ti, nunca te olvides de mí!