Las fricciones y presiones realizados con la palma y los dedos de la mano pertenecen a las formas más antiguas de terapias curativas: en todas las culturas se desarrollaron distintas técnicas de masajes con fines precisos. Por lo general, los masajes sirven para la regeneración del cuerpo y favorecen su curación.

Cada una de las diversas técnicas se basa en una teoría o filosofía diferente: según la tradición occidental, el masaje normaliza alteraciones patológicas como las de la piel o el aparato muscular. La tradición oriental se basa, por su parte, en la idea de flujos de energía que circulan por el cuerpo y que los músculos rígidos pueden bloquear; por lo que el masaje facilitaría esta circulación.

Las primeras referencias al masaje se remontan al ocaso del tercer milenio antes de Cristo, en los recetarios médicos de la antigua Mesopotamia, el país entre los ríos Tigris y Éufrates, como los griegos llamaron a la extensa región que comprende hoy día el territorio de Irak y partes de Siria y Turquía.

Conservadas hasta el día de hoy en resistentes tablillas de arcilla con escritura cuneiforme de esta civilización extinguida, las prescripciones dan testimonio de las distintas aplicaciones de masajes. Estos masajes se realizaron mediante el uso de aceites en el tratamiento de migraña, tortícolis, lumbago, espasmos, parálisis, agotamiento muscular o rigidez de distintas partes del cuerpo.

Las primeras referencias al masaje se remontan al ocaso del tercer milenio antes de Cristo. Sin embargo, las recetas médicas cuneiformes no explican cómo efectuaron las fricciones. La descripción la encontramos en la obra de un médico babilónico que vivió hace algo más de 3.000 años. Combinó la técnica del masaje con la recitación de conjuros y plegarias.

Por desgracia, no se conoce ni su nombre ni se conservan sus escritos originales. No obstante, su teoría fue tan popular e influyente que en casi todas las bibliotecas de las grandes ciudades de la antigua Mesopotamia, como Ur, Uruk, la gran Babilonia, Sippar, o las capitales asirias de Asur, Nínive y Nimrud, se guardaron y transmitieron celosamente desde finales del segundo milenio antes de Cristo hasta el siglo tercero antes de Cristo textos cuneiformes relativos a esta idea.