El país más rico del mundo son los Estados Unidos, pero ciertamente no es el más feliz. Investigaciones realizadas en este ámbito, reconocen que la felicidad de un país no se puede medir por la cantidad de su dinero, porque la felicidad es algo intangible.
En el ámbito personal es lo mismo, la felicidad se puede dividir en dos categorías distintas. La primera categoría hace referencia al grado de satisfacción de las personas con la vida que llevan, y la segunda se produce por momentos, estos momentos de felicidad que todos hemos experimentado, que no tienen que ver con el dinero que tenemos, pero que si están relacionados con aspectos psicológicos, afectivos y sociales de la propia vida.
Así pues, diversos estudios indican que el dinero no es un factor relevante a la hora de relacionarlo con la felicidad, salvo claro esta si se trata que alguien que vive por debajo del nivel de básico de subsistencia, en cuyo caso el dinero equivale al nivel de felicidad. Pero esto sólo se presenta en este caso.
Los factores que si aparecen como decisivos en el grado de felicidad de una persona son: el control que esta tiene sobre su propia vida y las buenas relaciones humanas que lleve con los demás.
El dinero brinda poder en nuestra sociedad, sobre todo a nivel del consumismo. Sin embargo, como ya sabemos hay cosas que el dinero no puede comprar, como los sentimientos, los afectos, el amor, la amistad, la compasión, etc.
Bien dicen que lo mejor de la vida no tiene precio; un día de sol, una noche de luna, el cielo estrellado, la primavera, los colores del otoño y el buen humor también son gratis.
Si el dinero fuera la fuente de la felicidad todos los ricos serían felices, sin embargo, en muchas ocasiones su dinero se convierte en su peor enemigo, dividiendo familias, creando resentimientos y envidias, además de convertirse en blanco de secuestradores y ladrones. Incluso llevando a muchos a ser esclavos de su propia fortuna.