He aquí una prueba para verificar si tu misión en la Tierra ha concluído. Si estás vivo, no ha concluído
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Cada mañana en África, sale el sol y se levantan las gacelas.
Saben que deberán correr más rápido que el león más veloz o morirán.
Pero cada mañana también se levantan los leones.
Saben que deberán correr más rápido que la más lenta de las gacelas o morirán de hambre.
El dilema no es si eres león o gacela, la verdad es que cada mañana, cuando salga el sol, tendrás que correr más y mejor.
Una reflexión, del libro «La buena suerte» (Alex Rovira y Fernando Trias de Bes)
Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños, si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años… y sé que me estoy muriendo.
Jorge Luis Borges
No culpes a nadie, nunca te quejes de nada ni de nadie, porque fundamentalmente tú has hecho tu vida.
Acepta la responsabilidad de edificarte a ti mismo y el valor de acusarte en el fracaso para volver a empezar; corrigiéndote, el triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas del error.
Nunca te quejes del ambiente o de los que te rodean, hay quienes en tu mismo ambiente supieron vencer, las circunstancias son buenas o malas según la voluntad o fortaleza de tu corazón.
Aprende a convertir toda situación difícil en un arma para luchar.
No te quejes de tu pobreza, de tu soledad o de tu suerte, enfrenta con valor y acepta que de una u otra manera, todo dependerá de ti; no te amargues con tu propio fracaso, ni se lo cargues a otro, acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño, recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar y que ninguno es tan terrible para claudicar.
Deja ya de engañarte, eres la causa de ti mismo, de tu necesidad, de tu dolor, de tu fracaso.
Si, tú has sido el ignorante, el irresponsable, tú, únicamente tú, nadie pudo haber sido por ti.
No olvides que la causa de tu presente es tu pasado, como la causa de tu futuro es tu presente.
Aprende de los fuertes de los audaces, imita a los enérgicos, a los vencedores, a quienes no aceptan situaciones, a quienes vencieron a pesar de todo.
Piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo y tus problemas sin alimento morirán.
Aprende a nacer desde el dolor y a ser más grande, que el más grande de los obstáculos.
Mírate en el espejo de ti mismo.
Comienza a ser sincero contigo mismo. Reconociéndote por tu valor, por tu voluntad y por tu debilidad para justificarte.
Reconócete dentro de ti mismo, más libre y fuerte, dejarás de ser un títere de las circunstancias, porque tu mismo eres tu destino.
Y nadie puede sustituirte en la construcción de tu destino.
Levántate mira las mañanas y respira la luz del amanecer.
Tú eres parte de la fuerza de la vida. Ahora despierta, camina, lucha.
Decídete y triunfarás en la vida.
Nunca pienses en la suerte, porque la suerte es el pretexto de los fracasados.
Atribuido a Pablo Neruda
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre. Un día el rey lo mandó a llamar. Paje -le dijo- ¿Cuál es el secreto?¿Qué secreto, Majestad?¿Cuál es el secreto de tu alegría? ¡No hay ningún secreto, Alteza!. No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
En cierta ocasión se reunieron todos los dioses y decidieron crear al hombre y la mujer. Planearon hacerlo a su imagen y semejanza, entonces uno de ellos dijo: – esperen, si los vamos a hacer a nuestra imagen y semejanza, van a tener un cuerpo igual al nuestro, fuerza e inteligencia igual a la nuestra. Debemos pensar en algo que los diferencie de nosotros, de no ser así, estaríamos creando nuevos dioses. Debemos quitarles algo, pero, ¿qué les quitamos?
Después de mucho pensar uno de ellos dijo: -¡Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la encuentren jamás.
Propuso el primero: – Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo; a lo que inmediatamente repuso otro: – No, recuerda que les dimos fuerza. Alguna vez alguien subirá y la encontrará; y si la encuentra uno, ya todos sabrán dónde está.
Luego propuso otro: – Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar.
Y otro contestó: – No, recuerda que les dimos inteligencia, alguna vez alguien construirá una esquina por la que pueda entrar y bajar, y entonces la encontrará.
Uno más dijo: – Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra.
Y le dijeron: – No, recuerda que les dimos inteligencia, y un día alguien construirá una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la descubrirá, y entonces todos tendrán felicidad y serán iguales a nosotros.
El último de ellos era un Dios que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás dioses. Analizó en silencio cada una de ella y entonces rompió el silencio y dijo: creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.
Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono: –¿Dónde?
– La esconderemos dentro de ellos mismos: estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán.
Todos estuvieron de acuerdo, y desde entonces ha sido así, el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo……
La historia dice que este hombre fracasó en los negocios y cayó en bancarrota en 1831. Fue derrotado para la Legislatura de 1832. Su prometida murió en 1835. Sufrió un colapso nervioso en 1836. Fue vencido en las elecciones de 1836 y en las parlamentarias de 1843, 1846, 1848 y 1855. No tuvo éxito en su aspiración a la Vicepresidencia en 1856, y en 1858 fue derrotado en las elecciones para el Senado.
Este hombre obstinado fue Abraham Lincoln, elegido presidente de Estados Unidos en 1860.
La lección es muy sencilla: sólo se fracasa cuando se deja de intentar.
En una tarde nublada y fría, dos niños patinaban sin preocupación sobre una laguna congelada, de repente el hielo se rompió uno de ellos cayó al agua. El otro cogió una piedra y comenzó agolpear el hielo con todas sus fuerzas, hasta que logro quebrarlo y así salvar a su amigo.
Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaron: «¿Cómo lo hizo? El hielo está muy grueso, es imposible que haya podido quebrarlo con esa piedra y sus manos tan pequeñas…»
En ese instante apareció un abuelo y, con una sonrisa, dijo:
– Yo sé cómo lo hizo.
– ¿Cómo? – le preguntaron
– No había nadie al su alrededor para decirle que no podía hacerlo.
*Historia atribuida a Albert Einstein.
La hija se quejaba con su padre acerca de su vida y de como las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía como hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte.
Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una de las ollas colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.
Su hija esperó impacientemente, preguntándose que estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón, luego sacó los huevos y los colocó en otro plato y finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente.
Mirando a su hija le dijo: “Querida hija, ¿qué ves?”
-“Zanahorias, huevos y café”, fue su respuesta.
La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias, ella lo hizo y notó que estaban blandas, luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.
Humíldemente la hija preguntó: -”¿Qué significa esto, padre?”
El entonces le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: el agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.
La zanahoria llegó al agua fuerte y dura, pero después de pasar por el agua hirviendo, se había vuelto débil y fácil de deshacer.
El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
Los granos de café sin embargo, eran únicos; después de estar en el agua hirviendo, habían cambiado al agua. Se convierten en una rica bebida que te reconforta y calienta.
– “¿Cuál eres tú?”, le preguntó a su hija.
– Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria, huevo o café?
Nos convencemos de que la vida será mejor después de cumplir los 18 años, después de casarnos, después de conseguir un mejor empleo, después de tener un hijo, después de tener otro… Entonces nos sentimos frustrados porque nuestros hijos no son lo suficientemente grandes, y pensamos que nos sentiremos felices cuando lo sean. Después nos lamentamos porque son adolescentes difíciles de tratar; ciertamente, nos sentiremos más felices cuando salgan de esa etapa.
Nos decimos que nuestra vida será completa cuando a nuestro(a) esposo(a) le vaya mejor, cuando tengamos un mejor carro o una mejor casa, cuando podamos ir de vacaciones, cuando estemos retirados.
La verdad es que no hay mejor momento que este para ser felices. Si no es ahora, ¿cuándo? Una de nuestras frases favoritas es de Alfred de Souza: “Por largo tiempo parecía para mí que la vida estaba a punto de comenzar, la vida de verdad. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo que resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda que pagar; entonces la vida comenzaría. Hasta que me di cuenta de que estos obstáculos eran mi vida”.
Esta perspectiva nos ha ayudado a ver que no hay camino a la felicidad: la felicidad es el camino. Debemos atesorar cada momento, mucho más cuando lo compartimos con alguien especial, y recordar que el tiempo no espera a nadie. No espere hasta terminar la escuela, hasta volver a la escuela, hasta bajar diez libras, hasta tener hijos, hasta que los hijos vayan a la escuela, hasta que se case, hasta que se divorcie, hasta el viernes por la noche, hasta el domingo por la mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno, o hasta que muera, para aprender que no hay mejor momento que este para ser feliz. La felicidad es un trayecto, no un destino.