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«Si no tienes religión: Yo te recomiendo una: Laverdad»

Mahatma Gandhi.

Señor…
ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes
y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.

Si me das fortuna, no me quites la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no me quites la dignidad.

Ayúdame siempre a ver la otra cara de la medalla,
no me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.

Enséñame a querer a la gente como a mí mismo
y a no juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo,
ni en la desesperación si fracaso.

Más bien recuérdame que el fracaso
es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es un signo de grandeza
y que la venganza es una señal de bajeza.

Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso.
Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme
y si la gente me ofende, dame valor para perdonar.

¡Señor…si yo me olvidó de ti, nunca te olvides de mí!

El Dr. Arun Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi y fundador del instituto M.K. Gandhi para la Vida Sin Violencia, en su lectura del 9 de Junio en la Universidad de Puerto Rico, compartió la siguiente historia como un ejemplo de la vida sin violencia en el arte de sus padres:

Yo tenía 16 años y estaba viviendo con mis padres en el instituto que mi abuelo había fundado en las afueras, a 18 millas de la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en medio de plantaciones de azúcar. Estábamos bien al interior del país y no teníamos vecinos, así que a mis dos hermanas y a mí, siempre nos entusiasmaba el poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine.

Un día mi padre me pidio que le llevara a la ciudad para asistir una conferencia que duraba el día entero y yo aproveché esa oportunidad. Como iba a la ciudad mi madre me dio una lista de cosas del supermercado que necesitaba y como iba a pasar todo el día en la ciudad, mi padre me pidió que me hiciera cargo de algunas cosas pendientes, como llevar el auto al taller.

Cuando me despedí de mi padre él me dijo:

– Nos vemos aquí a las 5 p.m. y volvemos a la casa juntos. Después de completar muy rápidamente todos los encargos, me fui hasta el cine más cercano. Me concentré tanto en la película, una película doble de John Wayne, que me olvidé del tiempo. Eran las 5:30 p. m. cuando me acordé. Corrí al taller, conseguí el auto y me apuré hasta donde mi padre me estaba esperando. Eran casi las 6 p. m.

Él me preguntó con ansiedad: – ¿Por qué llegas tarde? Me sentía mal por eso y no le podía decir que estaba viendo una película de John Wayne; entonces le dije que el auto no estaba listo y tuve que esperar…esto lo dije sin saber que mi padre ya había llamado al taller.

Cuando se dio cuenta que había mentido, me dijo: – Algo no anda bien en la manera como te he criado puesto que no te he dado la confianza de decirme la verdad. Voy a reflexionar que es lo que hice mal contigo. Voy a caminar las 18 millas a la casa y a pensar sobre esto.

Así que vestido con su traje y sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta la casa por caminos que no estaban ni pavimentados ni alumbrados. No lo podía dejar solo… así que yo manejé 5 horas y media detrás de el… viendo a mi padre sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo había dicho.

Decidí desde ahí que nunca más iba a mentir. Muchas veces me acuerdo de este episodio y pienso… Si me hubiese castigado de la manera como nosotros castigamos a nuestros hijos…

¿hubiese aprendido la lección?… ¡No lo creo!… Hubiese sufrido el castigo y hubiese seguido haciendo lo mismo… Pero esta acción de no violencia fue tan fuerte que la tengo impresa en la memoria como si fuera ayer… ¡Éste es el poder de la vida sin violencia!.

La misma tierra que te hace caer, te ayuda a levantarte.


El 4 de abril de 1968, Martin Luther King fue asesinado en Memphis. Tenía 39 años y ya era una figura dominante en Estados Unidos y en el panorama mundial. Fue conocido como un líder de los derechos civiles, pero también fue un activista por la eliminación de la pobreza y un fuerte crítico de los EE.UU. en la guerra de Vietnam.

King siguió los pasos de Gandhi, creyó en la no violencia y la paz, y en contra de la opinión de muchos de sus seguidores habló poderosamente en contra de la guerra. El compromiso de King con la paz y sus fuertes declaraciones en contra de los EE.UU. en la guerra de Vietnam han sido a menudo omitidos al recordar su legado.

Tres semanas después del asesinato, su viuda, Coretta Scott King, pronunció un discurso en la ciudad de Nueva York que King  había previsto dar. En ese discurso, leyó algunas notas que su esposo había escrito en la preparación de su  lectura, Diez Mandamientos en Vietnam. Estos son:

1. No has de creer en una victoria militar.

2. No has de creer en una victoria política.

3. No has de creer que el pueblo vietnamita nos ama.

4. No has de creer que el gobierno de Saigón cuenta con el apoyo del pueblo.

5. No has de creer que la mayoría de los vietnamitas del Sur ven al Viet Cong como terroristas.

6. No has de creer en las cifras oficiales de norteamericanos o enemigos muertos.

7. No has de creer que los generales son los que saben mejor.

8. No has de creer que la victoria del enemigo significa el triunfo del comunismo.

9. No has de creer que el mundo apoya a los Estados Unidos.

10. No matarás.

King sabía hablar sobre la verdad del poder, y en su valor y  compromiso radica su propio poder. Si hubiera vivido más años, habría sido una enorme fuerza para imponer la paz en Estados Unidos y el mundo. Sus mandamientos contrastan con la cómoda actitud de nuestros dirigentes que mienten sobre la guerra, las que son tan ampliamente aceptadas sin cuestionamiento.


Albert Einstein dijo que las generaciones futuras apenas podrían creer que un hombre como Gandhi hubiera existido. Su mensaje sigue vivo. Un mensaje que habla de la paradójica fuerza de la no violencia, con su correspondiente corolario: que la violencia es siempre un síntoma de debilidad.

Más todavía, que la violencia implica una fisura en las propias creencias y remite a un fenómeno de proyección: volcar hacia el exterior el odio que uno siente por sí mismo. El odio o el desprecio. Gandhi no era estrictamente un pacifista. «Prefiero la violencia al miedo», llegó a decir. Y la no violencia exige más coraje que la violencia.

Y si Gandhi no era estrictamente un pacifista, tampoco fue tan hinduista ortodoxo como él mismo pretendía. Más allá de su genio escénico-folclórico, la visión del Mahatma era ecléctica. De hecho, Gandhi descubre su propia tradición hindú como resultado de sus lecturas europeas, y muy especialmente de Tólstoi, Thoreau y los Evangelios.

En su autobiografia dice que fue en Londres cuando el joven abogado indio, enfermo de soledad y timidez, y tras algunos poco afortunados tanteos para convertirse en gentleman -llegó a tomar lecciones de dicción, francés e incluso danza-, se sumerge en una profunda crisis y renuncia al fin a toda pretensión de «occidentalizarse».

La verdad es que estaba occidentalizado ya. Tocante a la no violencia, no estará de más recordar que los dioses hindúes nunca fueron un modelo de pacifismo: ni Shiva, ni Vishnú, ni Krishna, ni Rama practicaron el ahimsa. Incluso en la Bhagavad-Gita, el libro preferido del Mahatma, se recomienda que Arjuna retorne a la batalla. Gandhi construye un hinduismo a su medida, con ingredientes del jainismo, del budismo y del cristianismo evangélico. Pone el énfasis en la tolerancia porque él mismo se define como un mero buscador de la verdad, siendo la verdad un campo de exploración.

Gandhi es un espíritu religioso que siente una necesidad digamos «romántica» de verdad, es decir, de lo qué él llama verdad-realidad. Sólo se puede luchar externamente desde una plenitud interna; no cabe vivir de una manera y pensar de otra. Ello es que hay una articulación muy coherente en los dos grandes temas gandhianos: la no violencia (ahimsa) y la fuerza de lo real (satyagraha, un término acuñado por el propio Gandhi).