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El lado religioso de Gandhi


Albert Einstein dijo que las generaciones futuras apenas podrían creer que un hombre como Gandhi hubiera existido. Su mensaje sigue vivo. Un mensaje que habla de la paradójica fuerza de la no violencia, con su correspondiente corolario: que la violencia es siempre un síntoma de debilidad.

Más todavía, que la violencia implica una fisura en las propias creencias y remite a un fenómeno de proyección: volcar hacia el exterior el odio que uno siente por sí mismo. El odio o el desprecio. Gandhi no era estrictamente un pacifista. «Prefiero la violencia al miedo», llegó a decir. Y la no violencia exige más coraje que la violencia.

Y si Gandhi no era estrictamente un pacifista, tampoco fue tan hinduista ortodoxo como él mismo pretendía. Más allá de su genio escénico-folclórico, la visión del Mahatma era ecléctica. De hecho, Gandhi descubre su propia tradición hindú como resultado de sus lecturas europeas, y muy especialmente de Tólstoi, Thoreau y los Evangelios.

En su autobiografia dice que fue en Londres cuando el joven abogado indio, enfermo de soledad y timidez, y tras algunos poco afortunados tanteos para convertirse en gentleman -llegó a tomar lecciones de dicción, francés e incluso danza-, se sumerge en una profunda crisis y renuncia al fin a toda pretensión de «occidentalizarse».

La verdad es que estaba occidentalizado ya. Tocante a la no violencia, no estará de más recordar que los dioses hindúes nunca fueron un modelo de pacifismo: ni Shiva, ni Vishnú, ni Krishna, ni Rama practicaron el ahimsa. Incluso en la Bhagavad-Gita, el libro preferido del Mahatma, se recomienda que Arjuna retorne a la batalla. Gandhi construye un hinduismo a su medida, con ingredientes del jainismo, del budismo y del cristianismo evangélico. Pone el énfasis en la tolerancia porque él mismo se define como un mero buscador de la verdad, siendo la verdad un campo de exploración.

Gandhi es un espíritu religioso que siente una necesidad digamos «romántica» de verdad, es decir, de lo qué él llama verdad-realidad. Sólo se puede luchar externamente desde una plenitud interna; no cabe vivir de una manera y pensar de otra. Ello es que hay una articulación muy coherente en los dos grandes temas gandhianos: la no violencia (ahimsa) y la fuerza de lo real (satyagraha, un término acuñado por el propio Gandhi).