Los pensamientos reclaman nuestra atención sin cesar, y a veces nos hacen perder nuestro tiempo y energía en asuntos sin importancia e inútiles. Ellos realmente gobiernan nuestra vida. Nos hemos acostumbrado tanto a esta esclavitud, que lo damos por sentado, y se han convertido en un hábito inconsciente, excepto en ciertas ocasiones.
Si bien en la respiración, no es necesario prestar atención a cada inhalación y exhalación. Llegamos a ser conscientes del proceso de la respiración, sólo cuando tenemos alguna dificultad con ésta, por ejemplo, cuando la nariz está obstruida, debido a un resfriado, o cuando estamos en una habitación sin ventilación.
Lo mismo sucede con el pensamiento. Llegamos a ser conscientes de la constante agresión de nuestros pensamientos y de nuestra incapacidad para calmarlos, sólo cuando es necesario concentrarse, resolver un problema o estudio. También somos muy conscientes de ellos cuando tenemos preocupaciones o temores.
El trabajo que requiere de fuerza física, como el transporte de cargas pesadas, por ejemplo, desarrolla la fuerza física. Sin embargo, no es como hacer ejercicio todos los días al gimnasio de manera sistemática. Es lo mismo con la concentración. Leyendo, estudiando y tratando de prestar atención a lo que hacemos, desarrollamos parte de esta capacidad, pero la práctica de ejercicios diligentemente cada día es algo más, es como un entrenamiento en un gimnasio.